- Papi
Despierto como suelo hacerlo: de repente. Un segundo navegaba por sueños fríos y metálicos y al siguiente estaba alerta como un guerrillero vietnamita.
- ¿Iris?... ¿Qué hora es?
Miro el reloj, parpadeando. Las 4:37. Suspiro de frustración.
- ¿Qué te pasa, cariño? ¿Te duele algo?
- No
- ¿Una pesadilla? ¿Es eso? - No es una pesadilla, no llora ni está asustada. Ya me temo lo que ha pasado, pero intento agotar todas las opciones.
- Nico se ha hecho pipí
Otra vez no, pienso, derrotado. Cuando parecía que a sus seis años había superado esa fase, había recaído hacía unos meses y ya no era rara la noche en que el pobre volvía a orinarse encima. Empapando la cama y, de paso, a su hermana melliza, pues les gusta dormir juntitos en el mismo colchón y la intención es mantenerlos así mientras sus envergaduras no supongan problema.
- Y estás mojada
- Sí, mucho
Alargo una mano para palparle la ropa en la oscuridad. Empapadísima. Urge quitarle la ropa para que no se resfríe, pues estamos en febrero y las noches son cortantemente gélidas.
- ¿Nico está despierto? - susurro mientras me levanto lentamente para no despertar a Laura.
- No, está dormido - me dice mi hija mientras me sigue al pasillo. Es extraño, pues suele despertarse cuando se hace pipí, pero es verdad que el día ha sido agitado y cayó derrengado sin tiempo ni para el cuento de buenas noches.
Enciendo la luz, que me deslumbra. Por un momento solo alcanzo a ver a Iris de pie, sus ojitos almendrados entrecerrados, dirigidos hacia mí, su naricita respingona, su pijamita rojo.
Cosa rara a esas horas, pero la imagen me despierta un arrebato de ternura.
- Qué bonito es ese pijamita rojo, cariño. ¿Es nuevo?
- No, papi... Es el blanco de Frozen.
Iris mira hacia abajo. Cuando vuelve a mirar arriba, sus ojitos almendrados entrecerrados ya han mutado en enormes y brillantes canicas aterradas.
- Papá, ¿qué es esto? -me interpela, ya en voz muy alta.
Papá oye a su hija. También oye los pasos de su mujer, a punto de salir del dormitorio. Pero no lo procesa, porque en su mente solo hay sitio para el revoloteo de tres gigantescos y fétidos murciélagos. Lo empapada que está Iris. A la que no le duele nada. Y lo dormido que está Nico.