Los instantes previos a que el conductor pusiese en marcha la máquina, mientras yo me acomodaba en el asiento y secaba mis gafas, me parecieron eternos. Un escalofrío intenso comenzó a recorrer mi espalda y sentía miradas penetrantes clavándoseme en la nuca. El malestar era tal que no me atrevía a girar la cabeza así que intenté mirar por la ventana, a pesar de estar empañada. Después de que mi acompañante pasase el brazo retirando el vaho, poco a poco su reflejo se hizo más intenso que la imagen exterior y la visión resultante fue de tal pavor que le rogué al conductor que parase para poder bajarme.
Todo ese entusiasmo inicial y sensación de victoria se desvaneció en segundos. Hacía sólo escasos minutos había conseguido montarme en el último autobús del día, el cuál alcancé a plena carrera. El agua en el puño, dificultándome sostener el maletín. En la cara, impidiéndome ver con claridad. Las charcas empapándome los zapatos y haciéndome resbalar. El abrigo, impidiéndome correr con comodidad. Todo en mi contra, pero aun así había conseguido alcanzar la pisadera del autobús, evitándome la hora y media de caminata a casa.
Estaba tan excitado por la absurda victoria que no me percaté de los detalles. La luz interior del autobús tenía un tono rojizo, el conductor parecía extraño, como de otro tiempo. El aire estaba extremadamente pesado y maloliente. Pero aun así me quedé dentro, llovía con más fuerza y estaba demasiado cansado como para pensar en otra cosa más allá del saborcillo a éxito de mi esfuerzo. Así que busqué dónde sentarme. El lugar parecía estar lleno, pero en verdad no era capaz de ver hasta el fondo por el vaho en el cristal de mis gafas. Encontré un sitio justo detrás del conductor, estaba mi lado así que, sin siquiera pensarlo, me senté.
Entonces, ya con las gafas secas, volví a mis sentidos en un grito mudo de terror. Pude ver que lo que había dentro no eran seres humanos. ¿Cómo podrían serlo? Sus extremidades grotescas y viscosas, sus ropas sucias y pestilentes. Sus ojos, cómo olvidar sus ojos, unas esferas sin iris dentro de cuencas que parecían no tener párpados. Fue en el instante, en que el ser que se sentaba a mi lado intentó tocarme, en que no pude más. Las arcadas me impedían respirar y lanzándome hacia la puerta principal le rogué al conductor que la abriese.
Salté del autobús en movimiento impactando el pavimento mojado que me supo a caer entre algodones y sintiendo un efímero alivio porque al ponerme de pie y mirar hacia atrás, me vi a mí mismo tirado en la cuneta entre los mojados papeles de dentro del maletín y rodeado de gente. ¿Fui demasiado ambicioso con esos documentos?
Ciertamente, me podría haber pasado cualquier cosa, era tarde para pensarlo. ¿Un infarto?, ¿Un atropello?, ¿Una mala caída? Quizás mi futuro se encontrase a bordo, puede que en el fondo fuese uno de ellos, pero eso tampoco lo sabré.