Extraños en la noche, en las alturas, excitados por la invitación a luchar implícita en sus desafiantes miradas. Desde la senda pavimentada del West Drivethrough llega el rítmico taconeo de dos pares de zapatos femeninos que regresan de un party, atravesando Central Park. Vienen riéndose, obnubiladas por los margaritas que se han tomado. Al llegar a la altura de un macizo de rododendros, se detienen, intuyendo algo raro. Los dos extraños vuelven a mirarse durante un segundo e inmediatamente saltan al suelo. Uno de los seres tiene la piel nacarada, casi transparente, pero alrededor de sus ojos inyectados en sangre hay una sombra violácea que hace que parezcan salirse de sus órbitas. El otro está recubierto de vello y le nacen vetas de pelo blanco de las sienes. Sus ojos son más pequeños y amarillentos. Al abrir sus bocas aparecen los colmillos. Las bestias, con todos los músculos en tensión, dejan de mirar a sus presas y se enfrentan el uno al otro. “Son mías”, parecen decirse sin palabras. Podrían repartirse las presas y satisfacer sin problemas sus instintos, pero cada uno quiere el botín completo. Toda la sangre, toda la carne. Las chicas parecen quebrarse. Una cae de rodillas implorante y la otra se pone en cuclillas y se cubre la cara con las manos. El primer zarpazo lo lanza el que está recubierto de pelo. La figura oscura y lívida que tiene enfrente lo esquiva con un movimiento imperceptible. El siguiente zarpazo parece cortar en dos al oscuro, pero éste ni se inmuta. Al contrario. Salta sobre su peludo contrincante y, en una pirueta inverosímil, se revuelve en el aire y tira con fuerza de su melena hasta derribarlo. La bestia peluda lanza un aullido espeluznante pero, en cuanto su espalda toca el suelo, rebota como un muelle y se catapulta hacia delante, colgándose de una rama. Su mano hace de eje de giro y, con el mismo impulso, sale despedido hacia el oscuro, chocando ambos violentamente. Es en el cuerpo a cuerpo que sigue donde un torbellino de golpes, zarpazos y dentelladas desata el infierno en la tierra. De repente, todo se detiene y el oscuro se levanta del cuerpo inerte del licántropo. Se encara con sus dos víctimas y, al levantar el brazo triunfalmente, se inclina y cae como un fardo sobre el suelo. Una mancha de sangre negra y espesa comienza a extenderse por debajo del cuerpo. Las dos muchachas se miran y un destello de malicia brilla en sus ojos. Sus sonrisas hacen asomar unos enormes colmillos por las comisuras de los labios. Sin más preámbulo, cada una salta sobre un cuerpo y empiezan a saciarse con la carne y la sangre de las bestias. Levantan frecuentemente la cara ensangrentada y miran alrededor para comprobar que nadie sea testigo del festín. Mañana no tendrán que salir de caza. Esta noche, estas dos extrañas criaturas han tenido mucha suerte.
Una brisa cálida anuncia la incipiente primavera por todo Manhattan...